LOS ROMANOS Y EL ORO
Llegan los romanos. No vinieron en son de paz, sino de conquista, como lo demuestra que su primera actuación fuese la instalación de tres campamentos base: En Astorga, en León y en Rosinos de Vidriales, Zamora, el llamado Petavonium, según sostiene José Luis Avello. Así mismo, construyeron otros campamentos de verano, donde descansaban de la guerra o del amor. Ahí están el de Valdemeda, en la Cabrera, y el de Castrocalbón.
Los romanos vinieron por el oro. Plinio afirmaba que "casi toda España mana con metales de plomo, hierro, cobre y oro". Las arcas del Imperio no podían pagar sus guerras. Y criban toda la zona noroccidental de la provincia, abriéndole sus entrañas. Se acaban los placeres y la orfebrería. Ya no se necesitan manos para hacer torques, brazaletes, pulseras, diademas, colgantes, espirales para la sujeción del cabello, o fíbulas. Todo el oro es para acuñar moneda.
Aquel orniaco de hecha, que bailaba alrededor de la hoguera en las noches de plenilunio, que conocía el vuelo de los pájaros y las llamas sagradas, dejó de ser empresario minero con un trozo de río. Ahora es esclavo. Trabaja quince horas diarias, no retoza sobre la pradera con su dama de ojos azules y verdes, decorados por la azurita y malaquita, y contempla cada amanecida cómo desfilan los carros con lingotes de oro camino de Roma. Aún quedan calzadas casi intactas, como la de Villasimpliz, en cuyo término actuaba el bandolero Vaca Moca, según relata Alfonso García. Asaltaba los cargamentos de oro y acabó secuestrando a la hija de Simplicio. No sé si era el mismo que cita Dión Casio, un tal Coracotta, quien irritaba a Augusto hasta el extremo de pregonar una recompensa de doscientos mil sestercios por su captura. En cualquier caso, son los maestros bimilenarios de los maquis de la modernidad.
Derrotada Lancia por Carisio, todos trabajaron como esclavos, explotando la provincia entera, arruinando zonas completas como las Omañas o Cabrera, con la Corona y el Castro de Corporales, las Médulas y La Fucarona, en Rabanal Viejo. Surcaron la provincia de canales. Eran como las arterias de vida para vaciar el vientre poderoso de las montañas, preñadas de oro. Aún están intactos algunos tramos desde el Mars Tilenus, o Monte Teleno, sacralizado entonces y cantado siempre por los poetas: desde Tulio Máximo, quien dejó inscritos en piedra bellos hexámetros dedicados a las florecillas y cervatillos, al más próximo e inmortal maragato Leopoldo Panero.
Las aguas de sus nieves perpetuas se diluían como maromas líquidas y servían, en una obra de ingeniería grandiosa, para destruir montañas enteras en busca del oro, por el sistema arrugia o ruina montium. Era espectacular. Consistía en derribar, mediante el empleo de la fuerza hidráulica, grandes masas de tierra, que eran lavadas hasta conseguir la decantación del preciado metal.
Pero mientras unos trabajaban como mineros al servicio de Roma, otros lo hacían segando trigo o cortando leña para hacer los mangos de los picos y de las palas, o talando bosques para fundir. Montes donde todavía hoy, dos mil y pico años después, se palpan las avaricias y las lumbres. Valgan los versos doloridos de Crémer:
Tanta sangre y sufrimiento,
huesos nocturnos.
desde la ronca voz de los minerales
nos hablaba
del color del hierro,
del pavoroso
fluir de la esperanza
y de los bosques abolidos.
aunque, en honor a la verdad, también repoblaron abundantemente, como lo prueban los castaños que crecen en cualquier ladera de El Bierzo. Todos los brazos leoneses trabajaban para Roma.
Las guerras habían concluido y Vespasiano efectuó un importante reajuste administrativo. En el actual emplazamiento de la ciudad de León asentó a la Legio VII Gémina, que pasó a ser la única fuerza legionaria de Hispania durante el resto del Imperio. No sólo aplacaba las feroces rebeliones de los pueblos del norte, sino que vigilaba los distritos mineros de todo el Noroeste y colaboraban en los trabajos técnicos de dichas explotaciones. Algunos de sus expertos o procuratores metallorum dirigían los trabajos en las Médulas y descansaban en el municipio de Bergidum Flavium, a la sombra de las enredaderas.
Todos, o casi todos, los autores clásicos coinciden en que la explotación romana de los recursos naturales comenzó nada más concluir la conquista. Explotaban el estaño gallego, el cobre astur, el plomo y la plata de las blendas y galenas y el hierro cántabro, así como el mármol de Incio, Lugo, y sobre todo el oro, muy abundante en León.
Las explotaciones auríferas destacan tanto por su transcendencia económica, como por su influencia en la estructura administrativa y social. Hay estudios rigurosos que cifran en más de 600 millones de m3 la cantidad de mineral aurífero removido durante la época romana, en casi 500 minas trabajadas.
Fuente: JUAN F. PÉREZ CHENCHO. Director del Servicio de Relaciones Informativas de la Universidad de León.
http://www3.unileon.es/ce/eim/
lunes, 24 de marzo de 2008
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